Hace un año les traje noticias de la feria del libro de Bogotá que, no me aguanto las ganas de decirlo, cada año se ve más pobre.

Como hace un año, mis noticias no tienen nada que ver con lo que abunda en los medios de comunicación: el escritor invitado, el evento destacado, la conferencia de fulano, bla, bla, bla. Sin decir con ello que no me interesen los pocos invitados de este año, por supuesto.

El caso es que, como en aquel entonces, quiero hablarles de los libros que me llamaron la atención en la feria, y como el burro va por delante y de nada sirve tener un blog si no se usa para la autopromoción y uno que otro guiño vanidoso, les invito a buscar la colección Cincuenta Poetas Colombianos y Una Antología, que editan los generosos amigos de la editorial Caza de Libros; en las páginas de la antología, encontrarán algunos textos de este servidor.

Pero al grano. Pido disculpas por la cuña y les dejo este poema de Rafael Courtoisie, autor uruguayo cuyo poemario Poesía y Caracol, publica la editorial Sibila. A lo largo de la semana, les contaré qué más me encontré en la Feria.

El cuento claro

Todos los objetos de este cuento son blancos: perlas, hostias y pañuelos. Palabras de seda, sábanas de encaje, nubes. Sonidos blancos, como el sonido de la palabra

«leche»

como la espuma del mar, como la sal, como las cosquillas.

Las cosquillas blancas y luminosas que hace una pluma, el color de la palabra «dormir» y el color de la palabra «antes».

Antes las novias se casaban de blanco, sus largos vestidos parecían espuma. Las novias parecían gaviotas. Iban a volar.

En este cuento la sombra no tiene donde pararse, ni donde sentarse, ni donde acostarse. Está cansada la pobre, tirita, tiembla de miedo y de fatiga, pero se trata de un miedo lindo y de una fatiga blanca, clara, transparente, de un cansancio como de gotas de agua, de pulmones de gritos de alegría y de gritos de alma, gritos que se dan con el cuerpo, no con la boca, gritos que salen del río, de las nueces, gritos de avestruz, que grita de contenta, gritos del pelo de las abuelas que, como todo el mundo sabe, es de seda blanca, gritos de amor sin amor sin sonido, sin una pizca, ni siquiera una puntita de oscuridad, gritos sin noche, donde todo es blanquísimo y alegre, en copos, en terrones, en cristales dulces, en pensamientos.

Piensa en dos cosas al mismo tiempo: piensa en el otoño y en el azúcar.

Las hojas de azúcar, las cucharadas de otoño dando vueltas, disueltas en el café con leche, dulces, invisibles en la boca.

Mañana, la cara oscura de la moneda…